CAPÍTULO TRES: LA SELVA DEL TERROR


A la mañana siguiente, los magos siguen viaje y no se detienen hasta llegar a La Selva Espatanlav, o mejor conocida como LA SELVA DEL TERROR.

Con mucha cautela se aventuran dentro de ella, mirando para un lado y otro, tratando de descubrir por dónde aparecería otro luchador de Ruperto.

De repente se hizo de noche. Eso sí que nadie lo esperaba, ni siquiera habían llegado a imaginarlo. Tan oscura quedó la selva, que ya nadie podía verse.

De pronto, cientos de búhos comenzaron a emitir chillidos horrendos. Una tormenta eléctrica se desató sobre ellos, con tremendos truenos y rayos explotando entre las copas de los árboles. Era algo tan feo que, por un momento, los nueve quedaron paralizados sin poder creer lo que veían.

Pero eso no fue lo peor. Un enorme monstruo, de tamaño sin igual, apareció como salido de un rayo. Era Mormónico, el cazador más asesino de Ruperto, cuyo poder, además del tamaño y fuerza desmedida, era que podía repararse a sí mismo cuantas veces quisiera.

Los hechiceros, que sí o sí, debían enfrentarlo, no podían perder a ningún hombre más, así que se agruparon para atacarlo sorpresivamente.

Mormónico tenía una sola debilidad “su vanidad”, que también era sin igual. Él prometió, por Las Leyes Monárquicas”, vencer a los magos sin usar sus poderes de reparación, pues los considera muy poca cosa… y los ataca.

El cazador luchó hasta quedar casi muerto. Tendido en el suelo sin poder moverse, les hace creer a los nueve magos que de verdad había muerto y al menor de los descuidos rompió la promesa usando sus poderes de reparación y así fue como destruyó a dos cabos más, mejor dicho, los tele transportó a la guarida del General Ruperto.

Los siete magos que quedaron, de tan enojados, hicieron un poderoso hechizo y vencieron al mentiroso Mormónico.

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